En su obra Globotomía: Del ambientalismo mediático a la burocracia ambiental, Latchinian afirma que el fenómeno del Cambio Clímático no está abordado desde una perspectiva científica rigurosa, y sirve para globalizar los problemas ambientales exhimiendo a los responsables de los conflictos locales. Este análisis lo lleva a criticar a organizaciones ecologistas mundiales como Green Peace, y a valorar el trabajo de las organizaciones que trabajan localmente.
A continuación presentamos una entrevista publicada por Relectura, asociación Civil sin fines de lucro en su sitios web, a partir de la revisión del libro “Globotomía: una obra única, de una lucidez práctica, que representa un golpe certero a una organización secretamente autoritaria: el movimiento ambientalista global”, según afirma el autor de la entrevista.
De ancestros armenios, uruguayo de nacimiento y maracucho de crianza, Aramis Latchinian es un hombre de una inteligencia tan exótica como la mezcolanza de sus orígenes. Como tantos sureños exiliados de los años setenta, Latchinian recaló en Venezuela junto a sus padres. A los doce años empieza, entonces, su vínculo con Venezuela y con Maracaibo, pues “son dos países distintos”, agrega con una sonrisa.
El surgimiento del nuevo sello editorial Puntocero, creado por Ulises Milla, lo trae de nuevo al país de su adolescencia y con un libro incendiario, aunque ecológico, verdaderamente ecológico, bajo el brazo.
¿Cómo llega Aramis Latchinian, biólogo y ambientalista, a convertirse en acérrimo crítico de los discursos ambientalistas globales?Yo estudié Biología y me especialicé en Medio Ambiente. Empecé a trabajar simultáneamente en varias áreas de Medio Ambiente, algo de investigación, sobre todo en consultorías. Sin embargo, como le pasa a cualquiera, comencé a interpelar mi propio trabajo y a darme cuenta de que los problemas de fondo no los estábamos tocando. Que a veces las personas que trabajamos en medio ambiente somos un pequeño engranaje de una maquinaria que se está moviendo en una dirección que no es la correcta. Simultáneamente, sigo haciendo mi trabajo. He desempeñado cargos muy altos de gobierno en medio ambiente. El equivalente a lo que sería en Venezuela el Ministro de Medio Ambiente. En Uruguay no hay ministro sino Director Nacional de Medio Ambiente. Aunque a veces no se entienda o no lo sepa explicar, aún en el marco de las consultorías y al ocupar esos cargos, siempre he sido muy crítico de mi trabajo. Me han preguntado si no me parece hipócrita o falso que yo esté haciendo ese trabajo y simultáneamente diciendo que hay estos problemas. Y creo que no, creo que uno debe cuestionarse su trabajo y ser crítico también.
Mientras hago ese trabajo en el Estado, docencia, consultorías, investigación, he ido reflexionando en que hay algo que no anda bien, que el discurso no tiene el sustento técnico que debería tener, que hay demasiados intereses que no son de preservación del ambiente en los temas ambientales. A partir de esta situación, escribí algunos artículos. Recuerdo un disparador para llegar a esto. Fue un programa radial, muy escuchado en Uruguay, cuando salió la película de Al Gore, Una verdad incómoda. Entonces organizaron un debate en la radio, un programa políticamente muy correcto, invitaron a un cineasta, a un periodista, me invitaron a mí –por los temas del concepto, de los contenidos ambientales de la película–, seguros de que en el fondo había unanimidad porque se trataba de una “buena causa”. Yo venía reflexionando sobre los temas ambientales con este mismo enfoque desde hace bastante tiempo. Entonces casi fue una especie de vómito: cuando me preguntaron qué opinaba yo dije cualquier disparate de la película y de Al Gore en particular. Todos los demás ya no hablaban de cine o periodismo: me daban palos y palos. Había una situación de enfrentamiento muy clara. A mí me pasaron dos cosas. Primero, me di cuenta de que lo que yo tenía para plantear sí era una verdad mucho más incómoda que la de Al Gore, que es una verdad más cómoda y políticamente correcta. En segundo lugar, que en el contexto actual mucha gente se iba a sentir a la defensiva porque yo los iba a estar acusando de ingenuos al decir esto. Como si les dijera: “Mirá que te venían engañando hace tiempo y vos bailabas la música que te ponían”.
Ese programa de radio se escucha en Internet y Ulises Milla lo escuchó, me llamó y me preguntó si yo podía escribir sobre ese tema. Yo lo que escribí fueron algunas notas que salieron en la prensa y que generaron cierto movimiento. Ulises me insistió en que eso tenía que llegar a ser un libro, que las argumentara con todos los hierros que pudiera, que metiera ejemplos bien concretos de cómo, en los hechos, se construye intencionadamente una percepción en grandes masas de gente, que no sólo es equivocada sino interesada.
En esa construcción participan diferentes actores globales con muchísimos millones a su disposición para agenciar eso. Organismos desde el movimiento ambientalista global o multinacionales del ambiente como Green Peace. En esa fabricación de la percepción del riesgo, de la construcción de certezas ambientales disparatadas, hay un papel muy claro de estas ONG multinacionales y de los gobiernos locales haciéndoles el juego. Un candidato que para una campaña electoral no mencione los asuntos ambientales globales es un tonto. Lo mismo si un tipo quiere quedar como un buen estadista tiene que preocuparse por las futuras generaciones y los problemas planetarios. Las Naciones Unidas han generado una burocracia a nivel mundial en torno a los temas ambientales que no tiene nada que ver con los problemas ambientales. Es una gran burocracia que se retroalimenta, que consume millones y millones de dólares, que hace diagnósticos en el aire uno tras otro. Digo en el aire, porque hay muchísima información objetiva que disiente con esos diagnósticos, pero estos diagnósticos son útiles para la retroalimentación de esa gran burocracia.
Cuando surge una voz disidente, la primera reacción es aislarla, execrarla, cortarle el financiamiento. Hay montones de casos así con científicos de primer nivel en el mundo. Te pongo un ejemplo: el calentamiento global. Todo el mundo conoce una versión del calentamiento global. Hay otra, con fuertes fundamentos científicos, diciendo “señores, el calentamiento global por supuesto que existe, pero tiene un origen natural, lo muestran los ciclos de calentamiento y enfriamiento”. Como el fenómeno es natural, dice esta gente, la estrategia para enfrentarlo debe ser distinta. No reducir nuestras emisiones, necesariamente, porque eso no va a cambiar demasiado las cosas. Es prepararnos para la vulnerabilidad del cambio climático.
Es importantísimo ese cambio de enfoque. Porque si yo hablo de calentamiento global como un problema global en abstracto, eximo localmente a cada gobierno de la responsabilidad de tomar medidas. Pero si yo hablo de la vulnerabilidad a la que está sometida cada sociedad, estoy hablando de lo local.
Si en Caracas hay un deslave en un cerro, muere un montón de gente y se cae un montón de ranchos, y yo digo que eso es culpa del calentamiento global y la lluvia, ¿qué puedo hacer como gobierno? Ahora, si yo digo que hay construcciones precarias, que no hay ordenamiento territorial, que hay mala planificación urbanística: ahí ya no es culpa del calentamiento global. La vulnerabilidad de cada pueblo en cuestiones ambientales es responsabilidad de los gobiernos locales.
Entrevista en el programa uruguayo Reporte Descomunal (primera parte)
¿Cómo se produce este doble trabajo de lo que tú has llamado “ambientalismo mediático” o “burocracia ambiental”?
En los años sesenta del siglo pasado, empezó un movimiento ambientalista moderno. Siempre hubo románticos, revolucionarios, gente a la que no le gustaba mucho este asunto del progreso. En los años sesenta hubo un hito que fue el libro Una primavera silenciosa, que es una denuncia contra el uso de los plaguicidas, escrito por la bióloga Raquel Carson. A partir de este libro se empezó a desarrollar este movimiento ambientalista moderno del primer mundo. Este movimiento va a desarrollar dos pilares ideológicos muy fuertes. El primero es el diagnóstico de una crisis ambiental inminente. Eso no es un problema semántico o de formulación el que hablen de una crisis ambiental. Una cosa es que vos encuentres deterioros ambientales graduales, paulatinos, cosas que se van deteriorando. Otra cosa es una crisis. La crisis es un momento de quiebre, es una mutación, implica un cambio sustancial.
Una situación de crisis no admite, por la urgencia o la gravedad, los mecanismos de consulta, de decisión y de gestión tradicional de los tiempos comunes. Habilita un grado de autoritarismo, de intolerancia, que no tiene por qué soportar la disidencia. En los años sesenta, cuando este movimiento ambientalista global define que estamos ante una crisis ambiental a escala planetaria lo que está diciendo es “no hay tiempo para discutir esto. Y no hay tiempo para gradualismos”.
¿Cómo se revelaría el perfil ideológico de este movimiento?
El movimiento ambientalista tendemos a asociarlo a la izquierda. Yo lo asocio, francamente, por su práctica, más al fascismo que a la izquierda. Hablo del movimiento ambientalista global, que no tiene nada que ver con las ONG que trabajan en cada país. Quiero ser claro en esto porque a veces lo que planteo enoja a muchas ONG y creo que están equivocados: estoy diciendo precisamente lo contrario. Estas ONG locales son la herramienta. Pero terminan siendo en muchos casos casi franquicias de las ONG globales que las financian en cada país. Muchas de las ONG locales no pueden hacer su propia agenda pues dependen de un financiamiento que viene del primer mundo.
El primer pilar ideológico de este movimiento es esa intolerancia que ha evolucionado hacia una especie de mesianismo ambiental. Tú puedes haber estudiado 25 años los problemas ambientales con una profundidad bárbara, pero si no militás en el ambientalismo tenés menos autoridad para hablar del tema. Y el tipo que se pone a militar en los temas ambientales, de golpe adquiere una especie de aura natural que le permite opinar con toda contundencia. Eso es confundir la ecología con el ecologismo, que es más o menos confundir la sociología con el socialismo. Una cosa es un militante y otra cosa es un tipo que estudia.
Resumiendo, el primer pilar ideológico de ese movimiento ambientalista emergente en el siglo pasado es la intolerancia en base al diagnóstico intencionado de una crisis inminente, cuando la realidad no muestra una crisis. De hecho, ese diagnóstico de crisis se renueva periódicamente desde los años setenta. ¿Cuántas veces no se ha hablado del fin del mundo?
El segundo pilar ideológico proviene de la pregunta ¿cuál es la solución que ellos plantean a esa falsa crisis? El retorno a la naturaleza, el volver a lo natural. Es lo que yo llamo una utopía regresiva. Porque es algo que no van a alcanzar y, en todo caso, es volver a algo peor. Esa naturaleza a la que se quiere volver no existió nunca. Lo que había en todo caso era una esperanza de vida menor a la mitad del promedio que ahora, lo que había era una mortalidad infantil mucho más grande, más hambre.
Las ONG europeas-globales de las que estoy hablando, cuando formulan esto olvidan que la realidad de la misma Europa, en todo lo que ellos puedan ir para atrás en su memoria, es espantosa desde el punto de vista ambiental y humano. Desde la revolución industrial con las nubes venenosas matando miles de personas hasta los ríos y sus cloacas: el Támesis que cruzaba Londres era una cloaca a cielo abierto. Y las ratas y la fiebre amarilla, y si aun vamos antes de eso, a la época feudal o al Renacimiento, encontraremos idénticas experiencias desastrosas.
Estos temas delicados y polémicos, ¿cómo son tratados en el libro?
A lo largo del libro yo intento no abrir juicios demasiados explícitos, sino presentar hechos. El detalle es que esos hechos son tan obscenos que son juicios. Igual intento que esto no se tome como un discurso puramente político.
¿Un ejemplo de esos hechos concretos?
¿Un ejemplo? Esa afirmación tan difundida de que los plaguicidas son malos. Sí, son malos para vos y para mí que comemos todos los días. Te aseguro que para los africanos no son malos. Ni siquiera hay suficiente demostración científica de que los plaguicidas en síntesis que se usan hoy –no los que fueron prohibidos en los años setenta y que dieron pie a la formación del movimiento ambientalista global– tengan efectos negativos sobre la salud humana. No existe una prueba científica. La gente dice “yo sólo como manzanas orgánicas”. Todos hemos comprado ese discurso. A mí no me molesta, más bien me parece bárbaro, que ese discurso lo compren los europeos. El problema en Europa, a diferencia de África, es la obesidad no la desnutrición.
El tema de la basura es algo similar. Que antipático es afirmar que no estoy seguro de que clasificar la basura en bolsitas de colores sea algo bueno. En Uruguay, o en cualquiera de nuestros países, a los chamos en la escuela se les enseña que hay que clasificar la basura. Incluso, esto termina metiéndose en las agendas de gobierno. Pero, ¿qué sucede? Esto de la clasificación de la basura lo inventaron en países como Holanda, con muy poco territorio, con una tasa de consumo altísima, y de productos altamente elaborados. Cada niño holandés consume por treinta niños latinoamericanos, en proporción, energía y material. El factor de ocupación del territorio en Holanda es elevadísimo, no hay espacio, la tierra cuesta muchísimo. Entonces es razonable que la estrategia para los residuos en Holanda sea clasificar la basura en bolsitas de colores. Cuando eso se transforma en un discurso, o casi en un axioma educativo que se exporta, resulta que la realidad en Venezuela, por ejemplo, es distinta. La mitad de la población en Venezuela consume menos de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Además, en Venezuela hay muchísimo territorio. Hay mucha población expuesta a los residuos, muy vulnerables. La estrategia aquí no debería ser clasificar en bolsitas de colores, sino debería ser recolección segura de residuos y alejar los residuos de la población más vulnerable. Es casi lo contrario que en Holanda. Yo no quiero que los niños manipulen la basura. Es más, que un niño pobre vea que ya hay algo clasificado y que quiere acceder a ello, se vuelve más probable.
Ese tipo de ejemplos son lo que desarrollo en el libro. Yo lo que planteo es cómo y por qué ocurre esto. Los mecanismos de producción de la percepción del riesgo, de cómo se fabrican las certezas ambientales al margen de las constataciones científicas.
¿Qué reacciones esperas encontrar con Globotomía, que es un libro que funciona como una especie de aguafiestas de lo que en general se entiende como una buena causa, la ecología?
La reacción que espero, que creo podría ocurrir y que no me hace ninguna gracia, es que no se discuta el contenido, sino que el lector suponga que soy poco menos que un mercenario de una trasnacional que quiere hacer un diagnóstico ambiental excelente, que afirma que no pasa nada.
Es una postura muy impopular la que asumes.
Sí. Esta verdad sí es incómoda. No como la de Al Gore. Yo desde hace muchos años trabajo en esto y es un asunto de honestidad básica dar mi opinión. Lo más probable es que para muchos la respuesta sea que yo estoy defiendo a los contaminadores, que yo estoy negando la existencia de los problemas ambientales, lo cual es totalmente falso. Claro que hay problemas ambientales y son muy graves.
¿Cuáles serían esos verdaderos problemas ambientales?
Todos los que vos conocés en Venezuela y que no los abordan los grandes financiamientos globales. El problema de la basura, por ejemplo. O también el de los corales. Hace poco fui a Morrocoy, en los Cayos. Yo había ido a bucear a Morrocoy hace veinticinco años: aquello era un paraíso subacuático. Ahora es un cementerio de coral, horrible. Los corales están retrocediendo, están muriendo en todo el mundo. En algunos lugares hay un 5% de pérdida de coral, en otros un 25%, en algunos lugares se ha detectado un hongo que los afecta. Si nosotros formulamos la pérdida del coral como un problema global no podemos hacer nada. Si los corales están muriendo en todo el mundo, los gobiernos locales dirán “no me eches la culpa a mí, eso está sucediendo en todo el mundo”. Ahora, si yo lo que digo es que al lado del parque Morrocoy desemboca el río Tocuyo, que tiene muy malas tácticas agrícolas, aguas arriba en la cuenca, que erosionan el suelo, que al erosionar el suelo arrastran grandes caudales de sedimentos que aumentan la turbidez del agua, tengo ahí una hipótesis específica e interesante. Los corales son muy sensibles a la penetración de la luz. Quiere decir que si disminuye la penetración de la luz porque las aguas están turbias, empiezan a morir los corales. Ese es un problema local, claro y concreto.
Los problemas ambientales no es que no existen. Sí existen, pero no son globales, son locales. La globalización de los problemas ambientales se ha vuelto un discurso para exonerar a los verdaderos responsables de solucionar los problemas. Si bien, yo, de forma pesimista, espero que me acusen de estar omitiendo los problemas ambientales o estar poco menos que haciéndole el juego a alguna multinacional, lo que estoy planteando es precisamente lo contrario: estoy planteando que es este discurso global le hace el juego a las multinacionales. Y que los problemas locales que padecemos caen en una especie de amnesia. Por eso el título del libro, porque hemos sufrido una lobotomía a nivel planetario en los temas ambientales.
Se tienen millones de dólares destinados a problemas que ni siquiera se sabe si existen, cuando hay problemas urgentes que resolver en los temas ambientales, como los corales o la basura, para ponerte los ejemplos extremos, porque con la basura la gente se enferma y se muere, con los corales está en riesgo la biodiversidad. En el medio tenés el río Guaire y todo lo que se te ocurra.
¿Cuánto dinero le dedica el presupuesto nacional venezolano a solucionar el problema de la basura de forma sustancial y cuánto le dedica al problema del calentamiento global? Te sorprenderías. Ahora yo iba a hablar con una persona del Ministerio del Ambiente sobre este tema y no pude encontrarlo, ni a él ni a su jefe, porque estaban en Estocolmo, me parece, en un foro internacional sobre el calentamiento global.
Por Rodrigo Blanco Calderón / Relectura.org
Fuente: El Ciudadano
A continuación presentamos una entrevista publicada por Relectura, asociación Civil sin fines de lucro en su sitios web, a partir de la revisión del libro “Globotomía: una obra única, de una lucidez práctica, que representa un golpe certero a una organización secretamente autoritaria: el movimiento ambientalista global”, según afirma el autor de la entrevista.
De ancestros armenios, uruguayo de nacimiento y maracucho de crianza, Aramis Latchinian es un hombre de una inteligencia tan exótica como la mezcolanza de sus orígenes. Como tantos sureños exiliados de los años setenta, Latchinian recaló en Venezuela junto a sus padres. A los doce años empieza, entonces, su vínculo con Venezuela y con Maracaibo, pues “son dos países distintos”, agrega con una sonrisa.
El surgimiento del nuevo sello editorial Puntocero, creado por Ulises Milla, lo trae de nuevo al país de su adolescencia y con un libro incendiario, aunque ecológico, verdaderamente ecológico, bajo el brazo.
¿Cómo llega Aramis Latchinian, biólogo y ambientalista, a convertirse en acérrimo crítico de los discursos ambientalistas globales?Yo estudié Biología y me especialicé en Medio Ambiente. Empecé a trabajar simultáneamente en varias áreas de Medio Ambiente, algo de investigación, sobre todo en consultorías. Sin embargo, como le pasa a cualquiera, comencé a interpelar mi propio trabajo y a darme cuenta de que los problemas de fondo no los estábamos tocando. Que a veces las personas que trabajamos en medio ambiente somos un pequeño engranaje de una maquinaria que se está moviendo en una dirección que no es la correcta. Simultáneamente, sigo haciendo mi trabajo. He desempeñado cargos muy altos de gobierno en medio ambiente. El equivalente a lo que sería en Venezuela el Ministro de Medio Ambiente. En Uruguay no hay ministro sino Director Nacional de Medio Ambiente. Aunque a veces no se entienda o no lo sepa explicar, aún en el marco de las consultorías y al ocupar esos cargos, siempre he sido muy crítico de mi trabajo. Me han preguntado si no me parece hipócrita o falso que yo esté haciendo ese trabajo y simultáneamente diciendo que hay estos problemas. Y creo que no, creo que uno debe cuestionarse su trabajo y ser crítico también.
Mientras hago ese trabajo en el Estado, docencia, consultorías, investigación, he ido reflexionando en que hay algo que no anda bien, que el discurso no tiene el sustento técnico que debería tener, que hay demasiados intereses que no son de preservación del ambiente en los temas ambientales. A partir de esta situación, escribí algunos artículos. Recuerdo un disparador para llegar a esto. Fue un programa radial, muy escuchado en Uruguay, cuando salió la película de Al Gore, Una verdad incómoda. Entonces organizaron un debate en la radio, un programa políticamente muy correcto, invitaron a un cineasta, a un periodista, me invitaron a mí –por los temas del concepto, de los contenidos ambientales de la película–, seguros de que en el fondo había unanimidad porque se trataba de una “buena causa”. Yo venía reflexionando sobre los temas ambientales con este mismo enfoque desde hace bastante tiempo. Entonces casi fue una especie de vómito: cuando me preguntaron qué opinaba yo dije cualquier disparate de la película y de Al Gore en particular. Todos los demás ya no hablaban de cine o periodismo: me daban palos y palos. Había una situación de enfrentamiento muy clara. A mí me pasaron dos cosas. Primero, me di cuenta de que lo que yo tenía para plantear sí era una verdad mucho más incómoda que la de Al Gore, que es una verdad más cómoda y políticamente correcta. En segundo lugar, que en el contexto actual mucha gente se iba a sentir a la defensiva porque yo los iba a estar acusando de ingenuos al decir esto. Como si les dijera: “Mirá que te venían engañando hace tiempo y vos bailabas la música que te ponían”.
Ese programa de radio se escucha en Internet y Ulises Milla lo escuchó, me llamó y me preguntó si yo podía escribir sobre ese tema. Yo lo que escribí fueron algunas notas que salieron en la prensa y que generaron cierto movimiento. Ulises me insistió en que eso tenía que llegar a ser un libro, que las argumentara con todos los hierros que pudiera, que metiera ejemplos bien concretos de cómo, en los hechos, se construye intencionadamente una percepción en grandes masas de gente, que no sólo es equivocada sino interesada.
En esa construcción participan diferentes actores globales con muchísimos millones a su disposición para agenciar eso. Organismos desde el movimiento ambientalista global o multinacionales del ambiente como Green Peace. En esa fabricación de la percepción del riesgo, de la construcción de certezas ambientales disparatadas, hay un papel muy claro de estas ONG multinacionales y de los gobiernos locales haciéndoles el juego. Un candidato que para una campaña electoral no mencione los asuntos ambientales globales es un tonto. Lo mismo si un tipo quiere quedar como un buen estadista tiene que preocuparse por las futuras generaciones y los problemas planetarios. Las Naciones Unidas han generado una burocracia a nivel mundial en torno a los temas ambientales que no tiene nada que ver con los problemas ambientales. Es una gran burocracia que se retroalimenta, que consume millones y millones de dólares, que hace diagnósticos en el aire uno tras otro. Digo en el aire, porque hay muchísima información objetiva que disiente con esos diagnósticos, pero estos diagnósticos son útiles para la retroalimentación de esa gran burocracia.
Cuando surge una voz disidente, la primera reacción es aislarla, execrarla, cortarle el financiamiento. Hay montones de casos así con científicos de primer nivel en el mundo. Te pongo un ejemplo: el calentamiento global. Todo el mundo conoce una versión del calentamiento global. Hay otra, con fuertes fundamentos científicos, diciendo “señores, el calentamiento global por supuesto que existe, pero tiene un origen natural, lo muestran los ciclos de calentamiento y enfriamiento”. Como el fenómeno es natural, dice esta gente, la estrategia para enfrentarlo debe ser distinta. No reducir nuestras emisiones, necesariamente, porque eso no va a cambiar demasiado las cosas. Es prepararnos para la vulnerabilidad del cambio climático.
Es importantísimo ese cambio de enfoque. Porque si yo hablo de calentamiento global como un problema global en abstracto, eximo localmente a cada gobierno de la responsabilidad de tomar medidas. Pero si yo hablo de la vulnerabilidad a la que está sometida cada sociedad, estoy hablando de lo local.
Si en Caracas hay un deslave en un cerro, muere un montón de gente y se cae un montón de ranchos, y yo digo que eso es culpa del calentamiento global y la lluvia, ¿qué puedo hacer como gobierno? Ahora, si yo digo que hay construcciones precarias, que no hay ordenamiento territorial, que hay mala planificación urbanística: ahí ya no es culpa del calentamiento global. La vulnerabilidad de cada pueblo en cuestiones ambientales es responsabilidad de los gobiernos locales.
Entrevista en el programa uruguayo Reporte Descomunal (primera parte)
¿Cómo se produce este doble trabajo de lo que tú has llamado “ambientalismo mediático” o “burocracia ambiental”?
En los años sesenta del siglo pasado, empezó un movimiento ambientalista moderno. Siempre hubo románticos, revolucionarios, gente a la que no le gustaba mucho este asunto del progreso. En los años sesenta hubo un hito que fue el libro Una primavera silenciosa, que es una denuncia contra el uso de los plaguicidas, escrito por la bióloga Raquel Carson. A partir de este libro se empezó a desarrollar este movimiento ambientalista moderno del primer mundo. Este movimiento va a desarrollar dos pilares ideológicos muy fuertes. El primero es el diagnóstico de una crisis ambiental inminente. Eso no es un problema semántico o de formulación el que hablen de una crisis ambiental. Una cosa es que vos encuentres deterioros ambientales graduales, paulatinos, cosas que se van deteriorando. Otra cosa es una crisis. La crisis es un momento de quiebre, es una mutación, implica un cambio sustancial.
Una situación de crisis no admite, por la urgencia o la gravedad, los mecanismos de consulta, de decisión y de gestión tradicional de los tiempos comunes. Habilita un grado de autoritarismo, de intolerancia, que no tiene por qué soportar la disidencia. En los años sesenta, cuando este movimiento ambientalista global define que estamos ante una crisis ambiental a escala planetaria lo que está diciendo es “no hay tiempo para discutir esto. Y no hay tiempo para gradualismos”.
¿Cómo se revelaría el perfil ideológico de este movimiento?
El movimiento ambientalista tendemos a asociarlo a la izquierda. Yo lo asocio, francamente, por su práctica, más al fascismo que a la izquierda. Hablo del movimiento ambientalista global, que no tiene nada que ver con las ONG que trabajan en cada país. Quiero ser claro en esto porque a veces lo que planteo enoja a muchas ONG y creo que están equivocados: estoy diciendo precisamente lo contrario. Estas ONG locales son la herramienta. Pero terminan siendo en muchos casos casi franquicias de las ONG globales que las financian en cada país. Muchas de las ONG locales no pueden hacer su propia agenda pues dependen de un financiamiento que viene del primer mundo.
El primer pilar ideológico de este movimiento es esa intolerancia que ha evolucionado hacia una especie de mesianismo ambiental. Tú puedes haber estudiado 25 años los problemas ambientales con una profundidad bárbara, pero si no militás en el ambientalismo tenés menos autoridad para hablar del tema. Y el tipo que se pone a militar en los temas ambientales, de golpe adquiere una especie de aura natural que le permite opinar con toda contundencia. Eso es confundir la ecología con el ecologismo, que es más o menos confundir la sociología con el socialismo. Una cosa es un militante y otra cosa es un tipo que estudia.
Resumiendo, el primer pilar ideológico de ese movimiento ambientalista emergente en el siglo pasado es la intolerancia en base al diagnóstico intencionado de una crisis inminente, cuando la realidad no muestra una crisis. De hecho, ese diagnóstico de crisis se renueva periódicamente desde los años setenta. ¿Cuántas veces no se ha hablado del fin del mundo?
El segundo pilar ideológico proviene de la pregunta ¿cuál es la solución que ellos plantean a esa falsa crisis? El retorno a la naturaleza, el volver a lo natural. Es lo que yo llamo una utopía regresiva. Porque es algo que no van a alcanzar y, en todo caso, es volver a algo peor. Esa naturaleza a la que se quiere volver no existió nunca. Lo que había en todo caso era una esperanza de vida menor a la mitad del promedio que ahora, lo que había era una mortalidad infantil mucho más grande, más hambre.
Las ONG europeas-globales de las que estoy hablando, cuando formulan esto olvidan que la realidad de la misma Europa, en todo lo que ellos puedan ir para atrás en su memoria, es espantosa desde el punto de vista ambiental y humano. Desde la revolución industrial con las nubes venenosas matando miles de personas hasta los ríos y sus cloacas: el Támesis que cruzaba Londres era una cloaca a cielo abierto. Y las ratas y la fiebre amarilla, y si aun vamos antes de eso, a la época feudal o al Renacimiento, encontraremos idénticas experiencias desastrosas.
Estos temas delicados y polémicos, ¿cómo son tratados en el libro?
A lo largo del libro yo intento no abrir juicios demasiados explícitos, sino presentar hechos. El detalle es que esos hechos son tan obscenos que son juicios. Igual intento que esto no se tome como un discurso puramente político.
¿Un ejemplo de esos hechos concretos?
¿Un ejemplo? Esa afirmación tan difundida de que los plaguicidas son malos. Sí, son malos para vos y para mí que comemos todos los días. Te aseguro que para los africanos no son malos. Ni siquiera hay suficiente demostración científica de que los plaguicidas en síntesis que se usan hoy –no los que fueron prohibidos en los años setenta y que dieron pie a la formación del movimiento ambientalista global– tengan efectos negativos sobre la salud humana. No existe una prueba científica. La gente dice “yo sólo como manzanas orgánicas”. Todos hemos comprado ese discurso. A mí no me molesta, más bien me parece bárbaro, que ese discurso lo compren los europeos. El problema en Europa, a diferencia de África, es la obesidad no la desnutrición.
El tema de la basura es algo similar. Que antipático es afirmar que no estoy seguro de que clasificar la basura en bolsitas de colores sea algo bueno. En Uruguay, o en cualquiera de nuestros países, a los chamos en la escuela se les enseña que hay que clasificar la basura. Incluso, esto termina metiéndose en las agendas de gobierno. Pero, ¿qué sucede? Esto de la clasificación de la basura lo inventaron en países como Holanda, con muy poco territorio, con una tasa de consumo altísima, y de productos altamente elaborados. Cada niño holandés consume por treinta niños latinoamericanos, en proporción, energía y material. El factor de ocupación del territorio en Holanda es elevadísimo, no hay espacio, la tierra cuesta muchísimo. Entonces es razonable que la estrategia para los residuos en Holanda sea clasificar la basura en bolsitas de colores. Cuando eso se transforma en un discurso, o casi en un axioma educativo que se exporta, resulta que la realidad en Venezuela, por ejemplo, es distinta. La mitad de la población en Venezuela consume menos de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Además, en Venezuela hay muchísimo territorio. Hay mucha población expuesta a los residuos, muy vulnerables. La estrategia aquí no debería ser clasificar en bolsitas de colores, sino debería ser recolección segura de residuos y alejar los residuos de la población más vulnerable. Es casi lo contrario que en Holanda. Yo no quiero que los niños manipulen la basura. Es más, que un niño pobre vea que ya hay algo clasificado y que quiere acceder a ello, se vuelve más probable.
Ese tipo de ejemplos son lo que desarrollo en el libro. Yo lo que planteo es cómo y por qué ocurre esto. Los mecanismos de producción de la percepción del riesgo, de cómo se fabrican las certezas ambientales al margen de las constataciones científicas.
¿Qué reacciones esperas encontrar con Globotomía, que es un libro que funciona como una especie de aguafiestas de lo que en general se entiende como una buena causa, la ecología?
La reacción que espero, que creo podría ocurrir y que no me hace ninguna gracia, es que no se discuta el contenido, sino que el lector suponga que soy poco menos que un mercenario de una trasnacional que quiere hacer un diagnóstico ambiental excelente, que afirma que no pasa nada.
Es una postura muy impopular la que asumes.
Sí. Esta verdad sí es incómoda. No como la de Al Gore. Yo desde hace muchos años trabajo en esto y es un asunto de honestidad básica dar mi opinión. Lo más probable es que para muchos la respuesta sea que yo estoy defiendo a los contaminadores, que yo estoy negando la existencia de los problemas ambientales, lo cual es totalmente falso. Claro que hay problemas ambientales y son muy graves.
¿Cuáles serían esos verdaderos problemas ambientales?
Todos los que vos conocés en Venezuela y que no los abordan los grandes financiamientos globales. El problema de la basura, por ejemplo. O también el de los corales. Hace poco fui a Morrocoy, en los Cayos. Yo había ido a bucear a Morrocoy hace veinticinco años: aquello era un paraíso subacuático. Ahora es un cementerio de coral, horrible. Los corales están retrocediendo, están muriendo en todo el mundo. En algunos lugares hay un 5% de pérdida de coral, en otros un 25%, en algunos lugares se ha detectado un hongo que los afecta. Si nosotros formulamos la pérdida del coral como un problema global no podemos hacer nada. Si los corales están muriendo en todo el mundo, los gobiernos locales dirán “no me eches la culpa a mí, eso está sucediendo en todo el mundo”. Ahora, si yo lo que digo es que al lado del parque Morrocoy desemboca el río Tocuyo, que tiene muy malas tácticas agrícolas, aguas arriba en la cuenca, que erosionan el suelo, que al erosionar el suelo arrastran grandes caudales de sedimentos que aumentan la turbidez del agua, tengo ahí una hipótesis específica e interesante. Los corales son muy sensibles a la penetración de la luz. Quiere decir que si disminuye la penetración de la luz porque las aguas están turbias, empiezan a morir los corales. Ese es un problema local, claro y concreto.
Los problemas ambientales no es que no existen. Sí existen, pero no son globales, son locales. La globalización de los problemas ambientales se ha vuelto un discurso para exonerar a los verdaderos responsables de solucionar los problemas. Si bien, yo, de forma pesimista, espero que me acusen de estar omitiendo los problemas ambientales o estar poco menos que haciéndole el juego a alguna multinacional, lo que estoy planteando es precisamente lo contrario: estoy planteando que es este discurso global le hace el juego a las multinacionales. Y que los problemas locales que padecemos caen en una especie de amnesia. Por eso el título del libro, porque hemos sufrido una lobotomía a nivel planetario en los temas ambientales.
Se tienen millones de dólares destinados a problemas que ni siquiera se sabe si existen, cuando hay problemas urgentes que resolver en los temas ambientales, como los corales o la basura, para ponerte los ejemplos extremos, porque con la basura la gente se enferma y se muere, con los corales está en riesgo la biodiversidad. En el medio tenés el río Guaire y todo lo que se te ocurra.
¿Cuánto dinero le dedica el presupuesto nacional venezolano a solucionar el problema de la basura de forma sustancial y cuánto le dedica al problema del calentamiento global? Te sorprenderías. Ahora yo iba a hablar con una persona del Ministerio del Ambiente sobre este tema y no pude encontrarlo, ni a él ni a su jefe, porque estaban en Estocolmo, me parece, en un foro internacional sobre el calentamiento global.
Por Rodrigo Blanco Calderón / Relectura.org
Fuente: El Ciudadano
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