lunes, 8 de marzo de 2010

"Crítica a los biocombustibles"


El estudio que en octubre de 200 publicó la revista científica Science advierte que, para producir combustibles derivados del maíz o la soja, se deforestan extensiones de terreno, lo cual envía a la atmósfera el carbono retenido en los árboles.

Se dio a conocer un nuevo cuestionamiento a los biocombustibles “de primera generación”, que se obtienen cultivando maíz, caña de azúcar o soja con ese destino específico. En este caso, la observación proviene de un artículo en la prestigiosa revista Science.

El argumento clásico en favor de los biocombustibles es que, a diferencia de los carburantes fósiles, como los derivados del petróleo, no incorporan a la atmósfera dióxido de carbono –uno de los causantes del calentamiento global–. Pero el estudio, que se publica hoy, advierte que esa hipótesis deja de lado el hecho de que, para hacer lugar a esos cultivos, se deforestan extensiones de tierra, lo cual envía a la atmósfera el carbono retenido en árboles y suelo.

Además, la elaboración y refinación de estos biocombustibles a partir de los granos produce a su vez emisiones incluso superiores a las que requiere la refinación del petróleo. En Argentina, en línea con estos criterios, el presidente del INTI afirmó que “los biocombustibles son impulsados por las grandes compañías petroleras porque les permiten sostener su negocio, a diferencia de tecnologías como la que conduciría al auto eléctrico”.

El trabajo, llamado “Para corregir un error crítico en los cálculos del clima”, lleva la firma de Timothy Searchinger, Steven Hamburg y otros científicos de las universidades de Princeton, California, Michigan y Minnesota, así como del Instituto Internacional para Sistemas de Análisis Aplicado.

“El sistema de cálculo que se utiliza para establecer el cumplimiento de los límites de emisión de carbono, en el Protocolo de Kioto y la legislación sobre clima, contiene un error de gran alcance, aunque corregible, que puede afectar severamente los objetivos de reducción de gases con efecto invernadero”, sostiene el trabajo. Así, “la eliminación de bosques centenarios para hacer espacio a cultivos destinados a combustible no se contabiliza, pese a que causa grandes emisiones de carbono. Varios estudios estiman que este error, al generalizarse, crearía importantes incentivos para seguir deforestando”.

Los investigadores señalan que “en sí mismo, reemplazar combustibles fósiles por bioenergía no baja las emisiones: la cantidad de carbono que brota de los autos y de las fábricas es similar para ambos tipos de combustible”. La reducción de las emisiones depende de cómo se haya puesto en marcha el cultivo: “El beneficio se concretará si el cultivo se generó a partir de tierras previamente improductivas o mediante técnicas que incrementen el crecimiento de árboles en bosques ya existentes; pero, si se trata de talar bosques para hacer lugar a cultivos, el resultado es un aumento neto del carbono en el aire”.

El trabajo en Science advierte que “la bioenergía, si se desarrolla sólo sobre la base de consideraciones económicas, podría desplazar el 59 por ciento de todos los bosques del mundo y aumentar la emisión de dióxido de carbono en nueve millones de toneladas por año”. Por eso, “en vez de suponer que todo cultivo de este orden da un balance positivo en cuanto a emisiones, sólo habría que alentar los que lo logran efectivamente, por ejemplo a partir del uso de residuos”, destacan.

El investigador argentino Pablo Canziani, miembro del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), agregó la necesidad de “incluir en el balance la emisión que se origina en la producción de fertilizantes para los cultivos, así como en el transporte de insumos y cosechas”. Canziani señaló que “la Unión Europea ya se ha pronunciado en contra de los biocombustibles de primera generación, elaborados a partir de granos que de otro modo podrían usarse como alimento. Más viables parecen los de segunda y tercera generación: por ejemplo, el biogás, obtenido a partir del metano, todavía más dañino que el carbono, originado en los basurales”.

Enrique Martínez, presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), pidió marcar una diferencia: “La inclusión de un cinco por ciento de bionafta o biodiésel se justifica con el objeto de reemplazar otros aditivos que resultaban tóxicos. En proporciones mayores, se lo impulsó en Estados Unidos por razones económicas, a partir del aumento en los precios del petróleo. En cuanto al bioetanol, se ha mostrado que la producción y transformación del maíz en esta bionafta consume más energía que la que se genera. Más sostenible es la producción de biodiésel a partir de la soja: sólo utiliza el aceite, preservando la harina de soja para alimentación; puede ser una opción para consumo local en zonas alejadas de los puertos, donde los fletes resultan muy elevados”.

De todos modos, para Martínez, “en la discusión de fondo hay que incluir el hecho de que a las grandes compañías les interesa sostener los combustibles líquidos, que, no importa su origen, se pueden comercializar mediante la red de estaciones de servicio: lo que afectaría su negocio son opciones como los vehículos eléctricos”.

Por Pedro Lipcovich

Fuente: Página 12